Los indicadores analizados muestran la existencia de brechas de género y brechas étnicas en el ejercicio de derechos básicos y, en particular, derechos de las mujeres a la salud sexual y reproductiva y a una vida libre de violencia.
A pesar de que las mujeres cuentan con buenos indicadores de salud (alta expectativa de vida saludable o baja incidencia de enfermedades infecciosas), es específicamente en la salud sexual y reproductiva donde se encuentran los principales déficits del derecho a la salud de las mujeres. La alta mortalidad materna y la maternidad temprana en Panamá ubican al país en una posición baja en el índice de desarrollo humano considerando la desigualdad de género, por tratarse estos de indicadores centrales. La falta de integración de los derechos sexuales y derechos reproductivos en el derecho fundamental a la salud tiene efecto específico en las condiciones de vida de las mujeres.
A pesar de que Panamá presenta buenos índices globales de igualdad, equidad o empoderamiento, las mujeres dedican más del doble de tiempo que los hombres al trabajo no remunerado de cuidados y doméstico en sus propios hogares; y son los altos niveles de violencia de género en los diferentes tipos y modos en los que esta se presenta, inclusive en su manifestación más grave, el femicidio.
En la dimensión económica, observamos que las mujeres siguen participando menos en las actividades económicas productivas y sufren más el desempleo; experimentan la brecha salarial en relación a los hombres y ocupan más que ellos los sectores informales de la economía. Además, tienen menor acceso al crédito y poseen menos propiedades: vivienda, tierra o automóviles.
Otro de los indicadores más críticos con relación a los derechos de las mujeres es la participación política. Es evidente la brecha de género en los poderes legislativo, ejecutivo y judicial en el país, pero también en el acceso de las mujeres a puestos de liderazgo en el sector privado o en los sindicatos.
La educación presenta un panorama revelador, con retos vigentes y avances al mismo tiempo. Los datos recogidos muestran una participación de las mujeres en la educación superior a la de los hombres en todos los niveles educativos (primaria, secundaria y terciaria), y una tasa de alfabetización cercana a la paridad para hombres y mujeres. Sin embargo, a pesar de que las mujeres estudian más años que los hombres y se gradúan, además, en mayor porcentaje, sus niveles de deserción se explican por razones muy vinculadas al género, en particular, no contar con buenas condiciones de vida y falta de acceso a la salud sexual y reproductiva. Los embarazos adolescentes se encuentran entre las principales causas de la deserción femenina, alertando, de nuevo, ahora a través de la educación, de los déficits que viven las mujeres panameñas en el acceso a salud reproductiva y educación sexual. La ausencia de una política pública clara vinculada a estos temas tiene mucho que ver con ello.
En las zonas indígenas, las brechas de género son mayores en todos los casos; aún más, en algunos indicadores donde para las zonas no indígenas se dan valores de paridad (o cercanos a la paridad), en las zonas indígenas se presentan brechas de género críticas. Los indicadores que presentan peores condiciones de vida para las mujeres, vinculadas especialmente con la salud sexual y reproductiva, presentan niveles aún más graves para las mujeres de zonas indígenas, como es el caso de la mortalidad materna o los embarazos adolescentes.
La incorporación de la variable étnica trajo consigo uno de los hallazgos más reveladores, no solo para el tema que nos ocupa, sino en general para abordar la desigualdad que afecta a los diferentes colectivos sociales, y en particular a las mujeres. Esta mirada interseccional permitió, de una manera más integral y completa, observar cómo actúan otras condiciones sociales que se suman a la condición de género, en este caso la identidad étnica y la residencia en zonas indígenas.
La brecha étnica, medida a través de la diferencia de valores que muestran los indicadores presentados en las seis dimensiones para mujeres de zonas indígenas y no indígenas, resulta ser aún más crítica que la brecha de género. Es decir, las mujeres que residen en zonas indígenas presentan mayores desigualdades en relación con las otras mujeres (zonas no indígenas) que en relación a los hombres (zonas indígenas). Esto ocurre con indicadores tales como el analfabetismo, el logro educativo o la deserción; en todos estos casos, las mujeres indígenas presentan peores índices en relación con las otras mujeres, que con los hombres indígenas.
En el análisis de las “condiciones para la participación”, hemos incorporado información relativa a las políticas públicas y a la normativa existente. Comprobamos un avance en consonancia con los acuerdos internacionales ratificados por Panamá. En este sentido, es importante reconocer el logro que supone la norma y la política de Igualdad de Oportunidades entre Hombres y Mujeres, así como la propia creación del INAMU, como marco normativo y político vertebrador de políticas públicas de género y para las mujeres en el país. Destacamos la ley 82, que tipifica el femicidio y adopta medidas de prevención contra la violencia de género, o el Decreto 27 del 11 de mayo de 2018, que reglamenta la paridad de género en las candidaturas de los partidos políticos. Las dificultades encontradas por los movimientos de mujeres, feministas y otras organizaciones y colectivos sociales para avanzar en los derechos de las mujeres, y en particular en relación con algunos temas, como la salud sexual y reproductiva o la paridad en la política, muestran cómo a pesar de que el país se encuentra en un avance lento pero continuo del reconocimiento de derechos y libertades a las mujeres, algunos temas o espacios siguen representando un reto en este sentido, y encuentran fuertes resistencias.
Contar con un marco normativo que reconozca los derechos de las mujeres o con políticas públicas dirigidas a reducir la brecha de género e incidir en la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres no necesariamente revierte en ello en la práctica. Las brechas de género y étnicas aún vigentes presentadas aquí dan muestra de ello y sugieren otra brecha, la brecha de implementación.
El entorno de políticas públicas muestra una falta de atención a este tema por parte de las instituciones responsables de la gestión de la ciencia y la tecnología en el país (SENACYT), así como de la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres (INAMU). Por su lado, el Ministerio de Educación (MEDUCA) se encuentra actualmente en un momento de retroceso en lo que respecta a los compromisos adquiridos e iniciativas vinculadas a la igualdad de género, influenciado por la “ola conservadora” que amenaza toda la arquitectura institucional de género en el país.
LA PARTICIPACIÓN DE LAS MUJERES EN LA CIENCIA DESDE UNA PERSPECTIVA DE GÉNERO
La diferente participación de los hombres y las mujeres en la ciencia en Panamá revela una segregación de género en al menos dos niveles: vertical y horizontal. De hecho, todas las dimensiones analizadas muestran la existencia de ambas.
La segregación de género horizontal tiene que ver con la diferente distribución de hombres y mujeres en las diversas áreas de la ciencia u ocupaciones científicas. En particular, se observa cómo la física, las matemáticas, la ingeniería y la tecnología son las áreas que presentan una mayor participación de los hombres (a veces hasta el 70% o más), como estudiantes o como profesionales o investigadores.
En las actividades y programas desarrollados por las diferentes direcciones de la SENACYT o en el personal investigador que forma parte del SNI, también se observa una distribución por género en las diferentes áreas científicas: más mujeres en biología, salud y sociales, y menos en ingeniería, física o matemáticas. Todo ello, a pesar del trabajo que se viene realizando a nivel global, regional y nacional para incentivar a las niñas en los campos STEM, y en particular desde la SENACYT en los últimos años.
Defendemos que dicha segregación tiene explicación de género, y aún más, que son estereotipos y roles de género los que marcan esta diferenciación, que se cultiva desde la infancia. Esta diferenciación en las áreas de estudio entre hombres y mujeres marca una desigual expectativa para su futuro profesional, porque son precisamente las áreas STEM las que tienen mejor y mayor previsión de oportunidades laborales en el futuro, vinculadas a la innovación y el desarrollo tecnológico.
La diferente distribución de la participación de hombres y mujeres en CTI no se da solo a nivel horizontal, en diferentes áreas o ámbitos del conocimiento, sino que también se da a nivel vertical. En el diagnóstico de Panamá se observan pocas mujeres en cargos de toma de decisiones en la sociedad del conocimiento, y en particular entre los rectores (alrededor del 30% son mujeres) y vicerrectores de universidades, directores de centros de investigación (casi ninguna mujer históricamente) o el puesto de secretario nacional de la SENACYT (solo hombres a la fecha).
En todas las dimensiones analizadas, las mujeres no logran avanzar hasta los puestos más altos de reconocimiento, liderazgo y toma de decisiones en sus carreras profesionales o científicas, de la misma manera que lo hacen los hombres; inclusive aunque estén formados/as en las mismas áreas de conocimiento y al mismo nivel. Esto ocurre en el ámbito académico, pero también en la investigación y la gestión de CTI.
A pesar de que cada vez más mujeres se incorporan al mercado laboral y cada vez más mujeres alcanzan niveles académicos altos (graduándose de la universidad, inclusive, en mayor medida que los hombres), se produce un “quiebre” en el tránsito a su desarrollo profesional, expresado por la reducción de mujeres en ocupaciones de CTI. Las mujeres representan un 60% del total de graduados en CTI, sin embargo, representan solo un 40% en ocupaciones de CTI.
En relación con los estudios académicos, las mujeres tienen mayor presencia en los primeros niveles de los estudios terciarios o superiores, se gradúan en la universidad en mayor porcentaje que los hombres (alrededor del 60% mujeres); pero de ahí, que representa su punto más alto, inicia su descenso hasta el doctorado, donde los hombres son mayoría en relación a las mujeres (alrededor del 60% hombres).
Lo mismo ocurre en las diferentes categorías jerárquicas existentes en las academias, instituciones o programas de reconocimiento científico, donde las mujeres ocupan los puestos más bajos en comparación con los hombres; y, además, ellas son más coinvestigadoras que investigadoras principales en los proyectos de investigación que reciben fondos de la Dirección de I+D de la SENACYT .
El resultado de esta desigual participación de hombres y mujeres en la ciencia permite la representación gráfica en forma de tijera, que muestra cómo los porcentajes de hombres y mujeres invierten su tendencia conforme avanza la carrera científica.
En lo que respecta al reconocimiento científico, los porcentajes descienden: las mujeres conforman tan solo un tercio de los investigadores principales de proyectos que reciben fondos de I+D o que reciben reconocimiento por parte del Sistema Nacional de Investigación. Además, solo una quinta parte de las patentes del país incluyen al menos una mujer inventora. Su porcentaje continúa descendiendo en el último nivel, donde ellas representan tan solo un 28% de los rectores y no dirigen ninguno de los centros de investigación de alta producción científica. Igualmente revelador es el hecho de que nunca una mujer haya ocupado el cargo más alto de la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Un análisis interesante sobre la gráfica que muestra el “efecto tijera” en la carrera científica es el cambio de tendencia o el punto de inflexión que marca el lugar donde ellas dejan de ser más que los hombres, donde se produce el sorpasso de los hombres. Este punto crítico está representado en la gráfica por el lugar donde se cruzan las líneas que representan los datos de los hombres y las mujeres respectivamente. En el caso de Panamá, observamos que esto ocurre en el momento en el que ellas se van a incorporar al mundo laboral, cuando tiene lugar la transición de estudiantes a profesionales o investigadoras; o bien cuando ampliar sus estudios implica movilidad a otro país, que en el caso de Panamá es casi ineludible, al existir todavía escasos programas de doctorado de suficiente calidad y relevancia científica. La movilidad internacional y el balance de la vida familiar son temáticas de particular relevancia para las mujeres científicas a nivel global (González Ramos y Bosch, 2013). El momento crítico en el que las mujeres dejan de ser mayoría sucede entre la graduación de carreras CTI a nivel de pregrado y el quiebre en el que pasan a ser minoría tiene lugar en el momento en el que se espera que su carrera avance y empiece a otorgar resultados de producción científica. Esos momentos críticos y de quiebre, en muchos casos, coinciden con el inicio de la maternidad y con el incremento de demandas domésticas y familiares.
Para explicar esta desigual distribución de hombres y mujeres en la jerarquía científica, la literatura sobre género y ciencia ha utilizado las metáforas de “techo de cristal”, “suelo pegajoso” o “laberinto”. Todas ellas hacen referencia a los obstáculos o límites, más o menos visibles, que hacen que el camino hacia los puestos más altos de toma de decisiones, de poder, e incluso de prestigio y reconocimiento en CTI sea más complicado para las mujeres que para los hombres, o directamente inaccesible. Esas barreras que expulsan o frenan a las mujeres en la carrera científica se representan también con la metáfora de “tubería con fugas”, que expresa la pérdida (fuga) de mujeres en comparación con los hombres, conforme avanza la carrera profesional hasta los puestos más altos del sistema de CTI.
La amplia literatura de género y ciencia ha identificado varias de estas fugas u obstáculos, que presentamos aquí reagrupadas en cuatro:
Inequidades en las carreras científicas de las mujeres
- La discriminación de género en la contratación, promoción y evaluación basada en estereotipos y prejuicios que sitúan al hombre en mejor posición que las mujeres ante las cualidades requeridas para la ciencia.
- La cultura organizacional androcéntrica en las instituciones científicas, que obvia las necesidades e intereses de las mujeres y, en particular, la conciliación entre la vida familiar y profesional.
- La pausa de la maternidad en un contexto donde se encuentran ausentes las políticas de cuidados y con un escaso avance en la corresponsabilidad en asuntos domésticos y familiares.
- Sesgos socioculturales y psicológicos sobre liderazgo que asocian la masculinidad con la autoridad y la toma de decisiones presentes en el sector público, privado y científico.
Las mujeres científicas en Panamá: condiciones facilitadoras para su participación en la ciencia
Las condiciones facilitadoras recogidas en este informe reflejan dos patrones: uno es que las mujeres enfrentan de manera particular, familiar o individualmente los obstáculos o barreras encontradas para desarrollar y avanzar en su carrera científica; otro es el papel determinante que tienen otras mujeres en esta organización para enfrentar barreras: la madre, la mentora, la trabajadora doméstica o la “nana”. A falta de políticas públicas adecuadas, las mujeres, entre ellas, haciendo uso de redes sociales, familiares o recursos económicos, organizan y resuelven la conciliación entre la vida y el trabajo.
Entre estas condiciones, llama la atención la ausencia de políticas o un contexto científico, pero también económico y social, particularmente facilitador. Solo algunas mujeres hacen mención a las becas que permitieron que realizaran estudios de postgrado en el extranjero (de maestría o doctorado), particularmente determinante para quienes no contaban con las condiciones económicas para hacerlo sin este subsidio.
De todo ello, concluimos que las mujeres que llegaron a ser científicas y ahora se desarrollan como tales en Panamá, además de contar con una situación favorable en cuanto a las barreras (condiciones facilitadoras), y por tanto, estar bien dotadas para superarlas en todos los niveles –condición socioeconómica, identidad étnica hegemónica, buena salud, padres responsables y con conciencia, maridos aliados, planificación de su maternidad, así como empoderamiento personal–, se han enfrentado a dichas barreras con algunos costes: personales, familiares y profesionales.
Las mujeres científicas reaccionan con fuerza a la idea generalizada entre las autoridades del sistema de ciencia de que la desigualdad de género se está superando o se superará en breve sin necesidad de intervención, pues expresan que los costos vividos al enfrentar las barreras de género aún existentes quedan invisibilizados y minimizados. En este sentido, afirman que llegan a desarrollar su carrera científica con un esfuerzo, inversión y barreras mayores que las que enfrentan los hombres por el hecho de ser mujeres. Esta falta de inequidad no impide que algunas mujeres sí lleguen. Lo que reclaman es que llegar implique lo mismo para hombres y para mujeres; que se cuente con las mismas oportunidades o que se den mayores condiciones de equidad para la participación en la ciencia.
Políticas, programas y acciones para la equidad en la ciencia
A pesar de existir conciencia generalizada de la falta de acceso de las mujeres a determinados campos de CTI, a recursos o espacios (becas, reconocimiento científico, gestión de la ciencia), así como en relación con las barreras y contextos particulares de las mujeres en CTI, no existen acciones específicas claras para abordar esta situación y corregirla. La estrategia generalizada es invitarlas, procurar mantenerlas, estimularlas o reconocerlas a través de premios científicos o iniciativas de comunicación que divulgan la imagen de las mujeres y las niñas como científicas o potenciales científicas, exponiendo a las más jóvenes y a la sociedad en general a modelos científicos femeninos.
Todas las actividades que realizan en las diferentes direcciones de SENACYT van en la dirección de promover a la mujer ofreciéndole estímulos para la promoción y desarrollo de su carrera científica, haciendo uso constante de role models, con algunas científicas reconocidas en el ámbito nacional. El “Premio Nacional L´Oreal-UNESCO por las mujeres en la ciencia” o la actividad de “Mujeres Pioneras de la Ciencia” se encuentran dentro de ese enfoque: reconocer a las mujeres en la ciencia y darles visibilidad para motivar a otras y romper la imagen estereotipada de la persona científica representada por un hombre.
Si bien este tipo de acciones son importantes para el objetivo que persiguen, no agotan las barreras encontradas por las mujeres para su participación en la ciencia. Este diagnóstico nos lleva a afirmar que se da un enfoque de “mujeres en la ciencia”, más que un enfoque de “género en la ciencia”. Este último parte de reconocer y actuar sobre las causas de género que tienen efecto en las barreras que experimentan las mujeres en el desarrollo de su carrera científica, más que quedarse en una importante pero insuficiente “promoción de las mujeres en la ciencia”.
Aún más, las acciones realizadas dirigidas a visibilizar a la mujer científica, y particularmente las campañas de comunicación en torno al Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia (11 de febrero) pueden tener un efecto contraproducente, ya que pueden trasladar un mensaje de superación de la desigualdad, al mostrar que ellas ya están. Mostrar que las mujeres también hacen ciencia en el país puede esconder las dificultades o barreras aún vigentes que ellas, y otras que no llegan, encuentran en el desarrollo de su carrera científica. Por tanto, la visibilidad de la mujer científica, puede al mismo tiempo invisibilizar las problemáticas y las barreras que encuentran las mujeres para acceder, mantenerse y avanzar en su carrera científica.
En las instituciones que forman parte del sistema de ciencia en Panamá existe limitada sensibilidad y consciencia por parte de los gestores al más alto nivel, ocupado mayoritariamente por hombres, que unido a un mandato específico de igualdad de género que deriva de la normativa en el país, ha permitido algunas acciones puntuales, tales como: la conformación de un Comité de Género en la SENACYT o en INDICASAT AIP, o las salas de lactancia materna en la SENACYT o ICGES. Sin embargo, no existe en ningún caso un enfoque de equidad, con acciones afirmativas para la igualdad o una política o estrategia de género clara a nivel institucional. En esa línea, una de las autoridades entrevistadas afirma: “Está sobreentendida la igualdad entre hombres y mujeres”. La ausencia de intervención en este sentido se explica por la consideración generalizada, por parte de autoridades de instituciones científicas del país, de que la desigualdad de género es más un problema del pasado, que apenas se encuentra vigente actualmente y que, además, “naturalmente” se camina hacia su total superación.
La no problematización de la segregación horizontal y vertical de género, de la sobrecarga y sobrecostos que enfrentan las mujeres científicas para llegar a los lugares que ocupan en la ciencia y, en definitiva, de la inequidad de género en las instituciones científicas que gestionan, impiden la búsqueda de acciones dirigidas a la equidad de género en CTI.